sábado, 31 de octubre de 2015

Un cafecito en el obelisco (o un zarpaso al tiempo)




Me he convertido en ladrona de minutos y me he vuelto diestra en el arte de pegarle zarpasos al reloj para robarle un manojo de tiempo. O para construír tiempo, si soy autoindulgente...  .
 He podido volver a "la resistencia de los quince minutos", los "quince a las quince",a mi ecuador personal que aquí lamentaba haber perdido.



Así escribía el último miércoles:

 "Pastel de papas $45 - Hay churasco [sic]." Avisa un cartel mal pintado.
Tres esquinas  donde bullen adolescentes a la hora de la siesta y pasan escolares con sus viandas, se encuentran  con una plazoleta que ostenta un  obelisco y un monumento que honra a un par de perros cuyo merito varía según quien cuente el cuento.



Aloes vera florecidos y malvones rosados refuerzan la idea de  mundo paralelo en el que se puede tomar café por $18, junto al obelisco.





 No podría ser mejor este nuevo refugio con sus mesas de pino malamente pintadas de blanco, y sus perros vagabundos y leyendo a Cortázar en un libro viejo de Parque Rivadavia.
 

El tren pasa detrás, lleno de graffitties y, lejos de sumar ruido, embellece al silencio.
 Y juro que no cambiaría por nada este obelisquito por "el oficial".
 Y no sería esta instante tan perfecto si todo fuese perfecto.
Si todo fuese mas pulcro, o mejor puesto, restaría su maravilla.


La caminata de regreso, parsimoniosa, bajo el sol de octubre,  sabe a café y a fuga. Fuga a un mundo paralelo, de malvones  y perros  héroes, donde se puede tomar  café con Cortázar a la hora de la siesta, junto a un obelisco.

¿Y ustedes?
¿Cuáles son sus fugas?