Me he convertido en ladrona de minutos y me he vuelto diestra en el arte de pegarle zarpasos al reloj para robarle un manojo de tiempo. O para construír tiempo, si soy autoindulgente... .
He podido volver a "la resistencia de los quince minutos", los "quince a las quince",a mi ecuador personal que aquí lamentaba haber perdido.
Así escribía el último miércoles:
"Pastel de papas $45 - Hay churasco [sic]." Avisa un cartel mal pintado.
Tres esquinas donde bullen adolescentes a la hora de la siesta y pasan escolares con sus viandas, se encuentran con una plazoleta que ostenta un obelisco y un monumento que honra a un par de perros cuyo merito varía según quien cuente el cuento.
Aloes vera florecidos y malvones rosados refuerzan la idea de mundo paralelo en el que se puede tomar café por $18, junto al obelisco.
No podría ser mejor este nuevo refugio con sus mesas de pino malamente pintadas de blanco, y sus perros vagabundos y leyendo a Cortázar en un libro viejo de Parque Rivadavia.
El tren pasa detrás, lleno de graffitties y, lejos de sumar ruido, embellece al silencio.
Y juro que no cambiaría por nada este obelisquito por "el oficial".
Y no sería esta instante tan perfecto si todo fuese perfecto.
Si todo fuese mas pulcro, o mejor puesto, restaría su maravilla.
La caminata de regreso, parsimoniosa, bajo el sol de octubre, sabe a café y a fuga. Fuga a un mundo paralelo, de malvones y perros héroes, donde se puede tomar café con Cortázar a la hora de la siesta, junto a un obelisco.
¿Y ustedes?
¿Cuáles son sus fugas?